El traje no hace al abogado

Artículo publicado el 25 de junio de 2o25 por David Malagón Monroy, Asociado Junior

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Al pensar en un abogado, generalmente imaginamos a una persona que usa traje completo, con corbata y saco en todo momento, con el cabello corto (en el caso de los hombres) o con cortes formales (en el caso de las mujeres). Sin embargo, en la actualidad esto ha cambiado de muchas maneras, porque hoy en día las y los abogados no siempre usan traje ni siguen este estereotipo de vestimenta. A pesar de ello, dentro del mismo gremio aún existe resistencia a estos cambios, ya que grandes firmas o abogados de la vieja escuela siguen exigiendo a los estudiantes o nuevos profesionistas que mantengan esos lineamientos.

Actualmente, considero que muchas empresas, clientes y personas en general han ido cambiando, poco a poco, esa idea de que un gran abogado es quien se ajusta a esos estereotipos. Hoy se concentran más en la capacidad profesional y en la forma en que se presta el servicio, ya que muchas veces nuestras primeras interacciones son por correo electrónico o vía telefónica. Posteriormente, cuando conocen los resultados de nuestro trabajo y nos ven en persona, la imagen pasa a segundo plano.

Claro que no es una generalidad. Todavía hay personas que, al ver a un abogado sin traje, con el cabello largo o teñido, con perforaciones o tatuajes visibles, dudan de sus capacidades jurídicas.

Por mi parte, he recibido comentarios en distintos espacios sobre si, con mi “apariencia”, puedo atender a mis clientes; si en el despacho “no me dicen nada”; o que debería dejar de tatuarme porque “eso no va con el outfit de un abogado”. Son situaciones incómodas, porque deberíamos entender que todas esas decisiones son personales y, en muchos casos, pueden incluso mejorar la confianza en uno mismo, ya que reflejan identidad. Y no hay nada mejor que un abogado que confía en sí mismo: eso es fundamental para brindar un excelente servicio a los clientes que representa.

Considero que, si bien la idea tradicional de la imagen del abogado ha cambiado con el tiempo, aún nos queda camino por recorrer. Muchas firmas y abogados independientes han adoptado medidas como los “viernes casuales” o han buscado alternativas al uso obligatorio del traje. Incluso los pantalones de vestir combinados con camisas de otro estilo son cada vez más aceptados, y en las Juntas o Tribunales ya es más común ver abogados que usan playeras tipo polo.

Creo que el siguiente paso es dejar de inculcar esta idea desde la formación. Recuerdo que en la Facultad nos colocaron placas y una de ellas decía: “Para ser un gran abogado hay que verse como uno”. Incluso hubo maestros que exigían el uso de traje para presentar un examen, lo cual carece completamente de sentido: el conocimiento no está en el traje. Si empezamos a cambiar esa mentalidad, las firmas ya establecidas podrían implementar procesos de reclutamiento donde lo primero que se evalúe sean las capacidades, no la apariencia. Hoy en día, en muchas entrevistas, primero importa cómo te ves y después qué sabes.

Estos pasos podrían ayudar a normalizar una nueva visión del abogado y a que las personas eliminen de su mente el estereotipo tradicional. Al buscar asesoría legal, lo que importa es si el abogado tiene la capacidad de resolver el problema, no si tiene el cabello azul, perforaciones o tatuajes visibles.

Las nuevas generaciones son clave para impulsar estos cambios. Si pudiera decirles algo, sería que no tengan miedo de ser quienes son solo porque estudian Derecho y piensan que su personalidad “no va con la carrera”. Las puertas se abren, y seguirán abriéndose, cada vez más, pero nos toca a nosotros y a ellas y ellos seguir impulsando estos cambios y demostrar que nuestra capacidad va mucho más allá de lo que la gente ve a primera vista.

Aunque nuestra profesión está en constante transformación, por la llegada de tecnologías, nuevas ideas y cambios en la sociedad, hay aspectos frente a los que el gremio aún se resiste. Pero es un camino que se debe recorrer. Al final, para ser un gran abogado, hay que estar en constante actualización, no dejar de estudiar y siempre velar por el interés del cliente… más allá del traje que se use (o no se use).

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