Los Tres Dilemas

Rolando Santos, socio en De la Vega & Martínez Rojas, nos comparte tres dilemas que lo forjaron como litigante.

Artículo publicado el 17 de junio de 2o25 por Rolando Santos, Socio de De la Vega & Martínez Rojas.

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El paso del tiempo

Primer dilema:

Me acuerdo que hace muchos ayeres, cuando empecé a trabajar como pasante en un sindicato patronal, de lo único que tenía conocimiento sobre la materia laboral era la ubicación de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, pues estaban muy cerca de la escuela en donde estudié Derecho. Pero eso era todo lo que sabía sobre la misma, pues nunca había trabajado en esa rama.

Mi primera audiencia, en mi primera semana de trabajo, iba a ser acompañando a un abogado con bastante más experiencia, para ir aprendiendo con el día a día. Me presenté en la mañana, muy temprano, a la oficina, con traje y corbata, listo para acompañarlo. ¡¡¡ No llegó!!!

Otro abogado me dijo: “Estamos ya saturados, ve a la audiencia, exhibe el poder y carta poder, y contesta la demanda”. ¿Qué contesto, qué? ¿Qué dice la demanda, qué contesto?, pregunté. Utiliza la lógica, aplica lo que has estudiado en la escuela, la misma que yo, me dijo. Eres un ser pensante, sacarás adelante el conflicto.

¡Vaya, pues! Ahí voy. Llego a la Junta Local, que estaba en Dr. Lavista, implorando a todos los santos habidos y por haber que me encontrara a algún compañero que me explicara qué hacer. No encontré a nadie.

Alcancé a leer la demanda. Vi las pruebas que me dieron: eran más de 50 documentos. ¿Qué digo? Era un tema, me acuerdo, de ausencia de inscripción al Seguro Social, entre otros puntos, y reclamaba la indemnización por la ausencia de esta. No tenía ni idea, más que lo que precisamente había estudiado. Obviamente, el contrario me vio más verde que una esmeralda y ni siquiera me saludó. Ratificó la demanda. Contesté como pude, pues todo estaba controvertido y dicha demanda, para mi infortunio, estaba formulada con muchos hechos y peticiones. Hice lo que consideré en ese momento. Se ofrecieron pruebas y, al final de la audiencia, me dijo el abogado algo que me reconfortó y que recuerdo: Pensé que iba a decir tonterías, mal expresado y redactado, pero dijo lo que es y exhibió las pruebas correspondientes. Se ve que se basa en la lógica. Eso le va a ayudar mucho en su carrera, jovencito.

Ese evento ha marcado mi actividad profesional de más de cuatro décadas: utilizar la lógica como pieza esencial o fundamental de la actividad de un abogado litigante. Si no sabes qué hacer, usa la lógica. Algo que ya en los últimos tiempos se ha olvidado de aplicar tanto por los litigantes como por los juzgadores. La clásica lógica aristotélica, llevada a la lógica jurídica, es una forma clara y sensata de resolver un asunto. Y sí, me ha servido en muchos casos para sacarlos adelante, convenciendo al juzgador de qué es lo lógico y qué es lo ilógico en un conflicto. No por eso vas a ganar a priori un juicio, pero sí tendrás gran oportunidad de convencer al juzgador.

Segundo dilema:

Cuando ya estaba semi encarrerado en mi labor de pasante, pude observar que algunos abogados de prestigio contestaban las demandas de forma por demás escueta: en una hoja, hoja y media, no más. Simplemente afirmaban o negaban, y en breves palabras decían lo que consideraban era, ¡ah!, y no olvidaban ofrecer el trabajo en el 90% de las contestaciones. Pero otros abogados, con demandas similares, contestaban en más de diez hojas, estableciendo toda una narrativa tipo ensayo escolar de preparatoria.

¿Cuál era la mejor opción?

Casualmente, compañeros de trabajo con mucha más experiencia (dos de ellos muy respetados en el medio laboral) eran opuestos en sus formas de contestar: uno usaba la opción corta y otro, la opción larga. Opté por contestar de ambas formas en diversas demandas y, tarde o temprano, me di cuenta de que ambas eran saludables jurídicamente, en la medida en que tuviese los elementos para probar y, algo muy importante, me sintiera cómodo y convencido con lo que hacía.

Con el paso del tiempo fui desarrollando un modelo híbrido que, a mi juicio, me ha dado resultado en estos años de litigio, pero siempre con una premisa en mente: lo que diga, ¿cómo lo voy a probar?

Tercer dilema:

A su vez, también pude observar en mis años de aprendizaje, que siguen y seguirán, que había abogados que nunca señalaban o insertaban criterios o jurisprudencias en sus escritos. Otros, en cambio, llenaban más de la mitad de sus escritos con ellas.

Me tocó ver una demanda inicial de un abogado actor que contenía más de 30 hojas con jurisprudencias. Yo pensaba, al revisarla: “Solo faltan las nuevas recetas de cocina, la programación televisiva y la guía de los mejores restaurantes”.

¿Qué era lo mejor?

Yo siempre he procurado hacer valer exclusivamente los criterios y, para poner esto en un contexto genérico, lo hago con lo estrictamente necesario para soportar mi dicho y hecho establecido. Incluso resalto, dentro del criterio insertado, lo que considero adecuado respecto del hecho a comprobar.

Las jurisprudencias son obligación del juzgador; debe conocerlas. Aunque no está de más darles un empujoncito, tampoco se trata de exagerar. En cierta ocasión, un dictaminador con muchas historias que contar en la Junta Local de la CDMX me enseñó unos alegatos finales que le habían presentado por escrito: más de cinco hojas. ¿Tú crees que los voy a leer?, me dijo. A mí dame lo esencial: ¿por qué debo condenar o absolver? En una página, y ya.

Lo aprendí.

Sin duda, la experiencia es un factor fundamental que se va adquiriendo con el paso del tiempo, a través de situaciones buenas y malas, que curten al litigante. Si aprende de ellas, se convierte en un abogado coherente, congruente, comprensivo y capaz.

Habrá (lo digo para las nuevas generaciones) momentos alegres y momentos tristes, pero hay que tener siempre la satisfacción de haber desarrollado lo mejor de uno mismo para lograr un resultado óptimo.

Siempre me acuerdo del comentario de un gran profesor de Derecho Procesal Civil que nos decía: “El abogado litigante lo puede todo.”

Solo hay que encontrar el camino correcto. Y eso te lo da el conocimiento, el aprendizaje personal, el ver y oír de otros, el trabajo, el desarrollo profesional. Todo eso redunda en experiencia, que con el paso del tiempo se adquiere… en unos antes, en otros después, y en algunos, desgraciadamente, nunca.

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